Enfermedad
y Temperamento
Autor: Markus Treichler
Traducción: Ana María Rauh
Aportes para la ampliación del arte curativo según
conocimientos obtenidos mediante la Ciencia Espiritual (Antroposofía)
“El
temperamento en cuatro ha dividido
al hombre en su
ser y su pensar
Un solo amor
empero reina
que todo lo une
y lo vuelve a equilibrar”
J. Nestroy
La teoría de los temperamentos es antigua y se remonta a los médicos.
Su origen se radica en Empédocles (alrededor de 494-434 a. de C.): médico,
investigador de la naturaleza y vidente. Resumió los conocimientos obtenidos
con respecto a las diferentes materias del mundo, tal como habían sido
imaginadas por algunos filósofos naturistas pre-socráticos en una teoría
universal.
“Tal como ya lo he anunciado, determinando la meta de la teoría, dos
son las cosas que he de revelar: de pronto, un solo todo emerge de la
multiplicidad; de pronto, de nuevo se dividirá, conformándose de nuevo en
multiplicidad; fuego y agua y tierra y aire, llegando a infinitas alturas”.
Y con respecto al hombre nos dice:
“Puesto que de cuatro elementos todo está estructurado, y a través de
los mismos poseen el pensar, la alegría y el pesar.”
Galen (131-213), el gran médico romano del segundo siglo post-cristiano,
médico personal del emperador Marco Aurelio, mencionó como ejemplo para los
médicos a Empédocles e Hipócrates de Kos (460-375 AC). Hipócrates siguió
desarrollando la teoría de los elementos de Empédocles, llevándola a la
descripción completa del modo en que los elementos macrocósmicos de tierra,
agua, aire y fuego se vuelven a encontrar en el microcosmos hombre, de modo
metamorfoseado en los cuatro humores corporales, bilis negra, mucosidad, sangre
y bilis amarilla. Este es el origen de la patología humoral: “el cuerpo del
hombre contiene sangre, mucosidad, bilis amarilla y bilis negra, y esa es la
naturaleza de su cuerpo, y a causa de ello tiene dolores y puede estar sano. Su
salud es óptima cuando estos humores se encuentran en relación recíproca
correcta, en lo que a su potencia y su cantidad se refiere, así como a su
interrelación. Los dolores aparecen cuando hay algo de más o de menos, o
segrega en el cuerpo sin estar mezclado con el conjunto”.
La patología humoral así fundamentada por Hipócrates, fecundó el
pensamiento y el accionar médico a través de dos milenios. Recién en el siglo
XVIII, la “patología de los humores” fue reemplazada por la “patología
solidaria”.
En la patología humoral hipocrática, en lo que respecta a salud y enfermedad,
bienestar y dolor, temperamento liviano o pesado, cálido o frío, todo depende
de la relación de los elementos, o bien, de la regulación de los humores entre
sí. Es por ello que puede hablarse de un temperamento físico y de un
temperamento anímico, según la preponderancia de uno de los humores en el
organismo, dominando en la vida corporal y/o en la vida anímica. La
denominación de los temperamentos según: melancólico, flemático, sanguíneo o
colérico, se debe al humor físico predominante (bilis negra, mucosidad, sangre,
bilis amarilla).
Desde hace unos 150 años, los humores se han perdido en las
consideraciones medicinales, y de los temperamentos muy poco se habla aún en
psicología. Existe empero en la medicina psicosomática, ocupada en la interpretación
del cuerpo y del alma un modelo explicativo con respecto a la comprensión
moderna de los procesos psicosomáticos así como somatopsíquicos; allí,
determinados “humores”, nuevamente juegan un rol decisivo, o sea, las hormonas
( en lugar de los antiguos humores) que empero actúan todos en la sangre,
mediante lo cual la sangre, como un “humor muy especial”, como único de los
cuatro humores, ha conservado una importancia esencial en lo que respecta a la
relación de cuerpo y alma, en salud y enfermedad y constitución anímica
(recordemos aquí la moderna psicoendocrinología).
Frente a esta moderna relación de la constitución físico-anímica del
hombre hacia su “gobierno humoral” hormonal, la antigua teoría de los
temperamentos de hecho os puede parecer moderna. Y si se planteara la objeción
de que hoy ya no se investiga cuatro humores en su relación recíproca, sino que
se estudia únicamente la composición de la sangre, en ese contexto tenemos que
recordar, que ya Aristóteles (384-322 AC.) ha estudiado el carácter de la
sangre sobre la base de los temperamentos de acuerdo a la consistencia de la
sangre, liviana o pesada (coagulando con facilidad o con dificultad), según
tuviera mucho o poco calor, describiendo luego los caracteres como de sangre
pesada, o sangre liviana, de sangre caliente o de sangre fría. Esta
característica de la sangre es conocida para nosotros, y observamos cualidades
anímicas concordantes con la teoría de los temperamentos.
En el modo de ver de la antigua patología humoral y teoría temperamental,
está dada la posibilidad de mirar de manera conjunta el cuerpo y el alma del
hombre, tanto en salud como en enfermedad, formulando diagnósticos del
temperamento corporal y del temperamento anímico, dando consejos dietéticos,
vale decir, concernientes a la conducción de la vida para evitar la enfermedad.
Se toma en cuenta la vida física-anímica del hombre durante la salud y durante
la enfermedad, en la conjunción del hombre y del mundo. Las enfermedades se
producen a causa de influencias procedentes del mundo circundante (por ej.
calor y frío, humedad y sequía, etc.) a partir de aquello que es recibido por
el hombre (por ej. a través de los sentidos, la respiración, el alimento ), a
partir de todo lo segregado por el hombre (por ej. todas las formas de
secreción y excreción) y finalmente, a partir de la vida anímica (vale decir,
la gama de los afectos, los instintos, los impulsos, pasiones e intereses).
En la concepción antigua, el gobierno de los humores del organismo
humano, es el teatro para las influencias sanadoras y enfermantes sobre el
hombre. Cambios, desequilibrios (discrasias), desarmonías en el gobierno
humoral, conducen a unilateralidades físicas y/o anímicas exentas de una mezcla
armoniosa (eucrasia), a temperaturas corporales especiales, y/o temperamentos
anímicos. A partir de ese contexto original surge la posibilidad de intentar la
prueba de poder describir sobre la base de la antigua teoría de los
temperamentos, llegando a la comprensión del estudio del hombre antroposófico,
relaciones entre el temperamento corporal y el temperamento anímico, en el caso
de salud y en el caso de enfermedad. De ser exitoso el intento, podría ser
hallado un puente entre el cuerpo y el alma del hombre, que podría ser
transitado no sólo en el camino hacia una comprensión de las enfermedades del
cuerpo y del alma sino también en dirección a una medicina profiláctica, como
base de una teoría de salud.
LA CUADRATURA
DE LOS TEMPERAMENTOS
Comencemos nuestra recorrida a través de la cuadratura de los elementos
y temperamentos en la punta inferior, el elemento de la tierra: el elemento
terrestre, sólido, pesado, frío, anorgánico, símil-muerto, se corresponde con
la bilis negra (melaina-chole). Cuando predomina con sus cualidades en la vida
anímica del hombre, ésta se nos presenta correspondientemente como pesada,
seria, triste. El melancólico es pensativo, lleno de miedos, penas, aflicciones
y preocupaciones, cargado de melancolía y sentimientos de culpa,
susceptibilidad y de sentirse –ofendido, pero también con conciencia de
responsabilidad, sentimiento del deber, esmero escrupuloso y profundidad de
pensamiento. El predominio de lo físico, también cristalino, salitroso, se
expresa por doquier. En lo físico impera entonces proporcionalmente lo pesado,
lo frío, seco, duro, sólido, también lo lento, lo débil, endurecedor, destinado
a la extinción, a la muerte.
En la punta derecha de la cuadratura se encuentra el elemento del agua,
al que le corresponde la mucosidad con su característica de lo mojado,
fluyente, acuoso, frío (Plegma), que puede ser fresco, líquido, de fácil fluir,
pero también puede ser viejo, grueso, viscoso, lento pegadizo y de un lento
fluir. Cuando en el temperamento anímico predomina lo típicamente pesado-mucoso
del por tal razón denominado flemático, la vida anímica en su tendencia se
torna tranquila-sosegada hasta indiferente, es equilibrado, siempre satisfecho
y sereno, además no muestra interés, sin pretensiones perezoso, pero cordial y
bonachón/bondadoso, afectuoso, fiel y constante. Es lento de acción en todas
sus cosas y de “sangre fría” en el sentido de lo caracterizado por Aristóteles,
soñador y ávido de placer. Correspondientemente los procesos físicos poseen una
tendencia hacia lo lento, perezoso, húmedo-fresco, al engrosamiento, al fluir
con lentitud, pero capacidad de funcionamiento.
1: Tierra-cuerpo físico -bilis negra -Melancólico
2: Agua -cuerpo etérico -mucosidad -Flemático
3: Aire -cuerpo astral -sangre -Sanguíneo
4: Fuego -Yo -Bilis amarillo-Colérico
5: Otoño -Atardecer -Adultez
6: Invierno -Noche ¿Ancianidad?
7: Primavera –Mañana-Infancia
8: Verano -Mediodía -Juventud
En la punta superior del jeroglífico de los elementos está situado el
aire. Es liviano, de fácil movimiento, huidizo, de fácil calentamiento. Dentro
del organismo humano, el elemento del aire se corresponde con el “humor
especial”, portador del aire, la sangre (sanguis). Cuando en la sangre está
contenido mucho de esta liviandad del aire, el hombre se convierte en fantoche
(aire: huft-fantoche=Luftikus). Su vida anímica es fácilmente inflamable, se enciende
por todo, con respecto a la durabilidad fácilmente puede tornarse huidizo. El sanguíneo es
de sangre liviana, de ánimo liviano, irreflexivo, alegre, abierto, expresivo,
interesado en su entorno, inconstante, atolondrado, activo, emprendedor, ávido
de vivencias, despreocupado, de buen humor. También en lo físico predomina lo
liviano, fácilmente inflamable, fácilmente excitable, de fácil ardor y poca
duración.
En el ángulo izquierdo de la cuadratura arde el fuego. Vive en el
organismo en la bilis (chole) amarilla. En el sentido trasladado, la bilis en
su efecto es picante, mordaz, efervescente, hirviente. Anímicamente, el hombre
colérico es fogoso, de sangre caliente, explosiva, impaciente, irritable,
iracunda y sensible. En su accionar es ávido, de hecho agresivo, conquistador.
En las relaciones interhumanas es dominante en su función de guía. En su propia
vida anímica posee sentimientos fuertes, con impulsos de resistencia y vigorosa
voluntad. Los procesos físicos se llevan a cabo del mismo modo marcado y
repentino, preciso, fogoso, doloroso, abrupto, peligrosamente vehemente y
agresivo.
La patología de lo correspondiente al temperamento en el cuerpo
Por supuesto en el hombre viven los cuatro elementos y temperamentos;
todas las orientaciones de la vida física y anímica son posibles, se unen y se
mezclan dentro del tejer viviente. Las formas puras son escasas. También a la
generación de manifestaciones patológicas, casi siempre subyacen conexiones y
mezclas de elementos vecinos o polares, o bien temperamentos, tal como resulta
también en las cuatro cualidades frío- húmedo- cálido- seco, a partir de la
unión de dos vecinos elementos. Comencemos con las manifestaciones patológicas
húmedas, que se generan a partir del encuentro de agua y aire, de mucosidad y
sangre, lo flemático y lo sanguíneo. Lo lento perezoso, acuoso y mucoso de
flujo viscoso, se une con lo excitable liviano-airoso, generando por ej:
enfermedades de resfrío catarral, en la época húmeda del año, o enfermedades de
diarrea, o también hinchazones y edemas, limitaciones funcionales de los
órganos afectados, con posible hipertrofia secundaria, dolores moderados,
inflamaciones (ej. asma bronquial, reuma)
En las manifestaciones patológicas cálidas, a partir de aire y fuego,
bilis y sangre, de aquello que fácilmente se inflama, lo de abrupta vehemencia,
vemos fenómenos patológicos agudos y repentinos, fenómenos de inflamación, alta
fiebre, de fuertes dolores a modo de ataque y de cólicos o calambres, espasmos,
convulsiones.
En el caso de las enfermedades secas, a partir de fuego y tierra,
hallamos afecciones de secamiento, endurecimiento, depósitos, sedimentos, de
esclerosis, de embolias con las debidas consecuencias (ej. ataque de apoplejía
con parálisis sin energía, o infarto cardíaco, esclerosis del miocardio) tales
como procesos atróficos y necróticos. Los síntomas patológicos que se generan a
partir de tierra y agua, a menudo son de difícil constatación, poseen
cualidades endurecedoras y de degeneración, pero son a su vez de “sangre fría”
(ej. anaerobios) que crecen, proliferan (a partir de agua y tierra) sin forma,
tumores “que dan formas nuevas”, pertenecen a este campo en términos
patoanatómicos la atrofia y degeneración, además de caquexia y cáncer.
La patología de lo concerniente al temperamento en lo anímico
En la misma secuencia podemos encontrar típicamente irregularidades en
la vida anímica, a modo de fenómenos psicopatológicos “húmedos”, entre el
elemento de agua y aire, volubilidad, expresiones sobredimensionadas de los
sentimientos, desviaciones en el pensar, sentir y querer, fantasías maníacas y
nuevas formulaciones alucinatorias, “demencia histérica”
Fenómenos cálidos-ardientes psicopatológicos a partir de aire y fuego
aparecen a modo de irritabilidad, impaciencia, cólera, agresividad con impulso
acrecentado de los sentimientos y de la voluntad de acción (por ej. en la
manía), ataques de delirio furioso, de convulsiones, etc.
Fenómenos “secos” de fuego y tierra en el campo de la vida anímica
patológica, poseen el carácter de lo resecado, quemado, endurecido, oscuro, del
obligar y forzar. Los síntomas de demencia, miedo y obcecación están presentes,
al igual que fenómenos patológicos hipocondríacos, melancólicos,
depresivos-agitados. Sobre todo, se generan los síntomas neurasténicos, se
producen en este ámbito entre el temperamento colérico y melancólico
(angustia).
Como fenómenos “fríos” y graves de vida anímica patológica entre tierra
y agua, entendemos la vivencia depresiva de inhibición, la melancolía, la
depresión; tristeza, falta de interés, apatía que puede llevar a la deficiencia
mental y hasta la imbecilidad, que se radican aquí.
Importancia y Tratamiento de las unilateralidades temperamentales
“Lo mismo no sólo puede ser reconocido mediante lo mismo, sino que lo
mismo también puede ser tratado correctamente con los mismo, y así ser curado”
Rudolf Steiner, 22-08-1922
Las enfermedades atañen siempre al cuerpo y al alma del hombre. La vida
es el mediador entre el alma y el cuerpo. Los fenómenos patológicos aparecen en
el cuerpo o en el alma, en el acontecer físico o en la vida anímica. Las
enfermedades orgánicas o funcionales que pueden ser detectadas físicamente
proceden de un accionar excesivo de lo espiritual anímico, proyectado hacia el
cuerpo y la vida.
Está alterado así en una dirección la relación de cuerpo y alma,
influencias anímicas astrales “desprolijas” actúan en el cuerpo físico,
provenientes del cuerpo astral y del cuerpo etérico, llevando allí a las
enfermedades corporales. Al desarrollarse el efecto de los miembros del ser
físico y anímico en la dirección opuesta, de modo tal que leyes físico-etéricas
del ámbito corporal se extiendan al campo del alma, allí aparecen fenómenos
psicopatológicos. Entre el cuerpo y el alma, al ámbito del cuerpo etérico le
corresponde un rol mediador importante con respecto a la salud, la enfermedad y
la curación. En el caso de las enfermedades del cuerpo, se trata de los efectos
de leyes astrales de la polaridad siempre igual de simpatía y antipatía (amar y
odiar, alegría y dolor), que pueden plasmarse en procesos corporales a modo de
tensar y relajar, dar forma y disolver, redondear e irradiar, inflamar y
endurecer, de modo fisiológico y patológico. Cuando un proceso de vida cae bajo
la influencia y el efecto de la organización espiritual del yo, la consecuencia
fisiológica es combustión o depósito (por ej. generación de calor, fiebre, y la
formación ósea o de esqueleto). Lo que entra al ámbito de la organización del
yo finalmente va a morir dentro de lo físico.
En lo que a las enfermedades del alma respecta, son leyes físico-
corporales y de la vida, que actúan más allá de sus límites. Nacer y morir,
crecer y desaparecer, vivir y perecer pueden ser vivenciados como fenómenos
etéricos-básicos; peso y liviandad, atracción y rechazo, expansión y
achicamiento en el espacio (grande y chico) aparecen como fenómenos originales
de lo físico-material. Cuando esas leyes entran a actuar en la vida del alma,
allí se producen los fenómenos psicopatológicos básicos, que pueden sumarse en
la generación de diversas enfermedades anímicas.
Los temperamentos del hombre aparecen en la vida anímica y en lo
funcionalmente vivo del organismo físico. Son cualidades del cuerpo etérico y
como tales “en la próxima vida otorgan la disposición para la salud o para la
enfermedad”, y según el temperamento y el carácter, hasta para enfermedades
determinadas. En la vida actual, las vivenciamos en la doble figura como
temperamento anímico y corporal, como particularidad individual de procesos de
vida y vida del alma. La disposición para enfermedades – no la enfermedad
misma- son consecuencias karmicamente condicionadas del temperamento anímico de
la vida terrenal anterior. El temperamento mismo, a su vez, es la consecuencia
kármica del mundo exterior circundante anímico-espiritual y social del hombre
que ha vivido en la vida anterior a la actual. Del entorno anímico-social de
una vida del hombre en la próxima vida, el cuerpo etérico formado a partir del
medio circundante se torna portador de los temperamentos. Lo que de esta
manera, en una vida pasa en el cuerpo etérico, “se torna existencia en el
cuerpo físico”, como disposición con respecto a salud o enfermedad. No se trata
entonces del hecho “si uno tiene una enfermedad”-eso depende de las acciones-
sino, si uno tiene la disposición para tener esa enfermedad, depende de las inclinaciones,
hábitos y temperamentos las cualidades del cuerpo etérico de la vida anterior.
Se trata de un camino de afuera hacia adentro, desde el medio circundante hacia
el cuerpo etérico, llegando al interior del cuerpo físico, que luego puede
desembocar en enfermedad física o anímica - pero necesariamente lo hará, según
las acciones personales en la vida! - El temperamento actual de un hombre es de
importancia con respecto a una disposición futura, y debe ser incluido en la
auto-educación del hombre. Puede empero reflejarse una vez más, en el caso de
que la disposición “que se ha traído” con respecto a una enfermedad del
temperamento anterior se realiza en la vida actual a través de la acción
correspondiente, vale decir que aparece como enfermedad en la vida. En ese
caso, el temperamento “antiguo” muestra ser tan fuerte, que aparece en la vida
posterior como cualidad concordante en enfermedad y en temperamento.
Naturalmente, se trata también de una consecuencia del entorno anímico-social
del hombre en la encarnación anterior. En definitiva, el temperamento y el
entorno recíprocamente se “buscan” en una confrontación adecuada, y cobran
influencia mutua. Podemos comprender entonces por qué Rudolf Steiner dio el
consejo pedagógico de sentar juntos los niños del mismo temperamento en el
grado. Imaginemos por ejemplo: un niño flemático entre niños no flemáticos, tal
vez, una mezcla de niños sanguíneos-coléricos: el niño lento, pesado,
flemático, experimentará tanta distracción y acción a su alrededor, que puede
sentirse totalmente satisfecho, sin tener que realizar el más mínimo esfuerzo
propio. Puede quedar así, su entorno apoya su temperamento flemático, seguirá
manteniendo la disposición hacia las respectivas tendencias patológicas.
Muy diferente es el rumbo, si siguiendo la indicación de Rudolf Steiner
en lo pedagógico curativo, al niño flemático se lo sienta con otros niños
flemáticos, en lo posible en un entorno más flemático aún; los niños flemáticos
se aburrirán, no experimentarán nada que los satisfaga, todo siempre será
igual, hasta que por fin ellos mismos comiencen a emprender algo. De esta
manera, se elevan por encima de su pereza y lo hacen con su propia fuerza, pero
no como Münchhausen, quien para salir del pozo se tiraba de sus propios pelos,
sino, portado por el medio circundante anímico-social, fomentado y exigido por
el mismo. Lo mismo, por supuesto, cobra validez para los demás temperamentos.
Del mismo modo, como los flemáticos se incentivan a través de su pesadez, así
los sanguíneos se tranquilizan resignándose y agotándose, así se limarán
mutuamente los coléricos, y así finalmente también los melancólicos se
animarán.
Se trata de la antigua ley, que se remonta a un lema-oráculo de Apolo
que decía: “Ho trósaskai iásetai” (“Quien ha abierto la herida también la
sanará”) que muestra su validez también en este caso. Es a su vez la regla de
la homeopatía, el “similia similibus curantur”, o formulado de manera popular:
“Lo que enferma, a su vez es saludable”.
El consejo pedagógico de Rudolf Steiner no cambia el temperamento,
pero, en el tratamiento educativo permite una equiparación, una armonización de
las cualidades temperamentales, que de otro modo podrían conducir a
unilateralidades patológicas. Este consejo posee un efecto pedagógico ordenador
y equilibrante para la vida actual y ejerce una acción benéfica, con miras a la
disposición hacia la salud o enfermedad de la próxima vida terrenal.
En las diversas actividades artísticas, tenemos otras posibilidades
pedagógicas e higiénico-terapéuticas de influenciar. En el tratamiento de los
temperamentos, el elemento artístico es de fundamental importancia. En el
tratamiento de los temperamentos o de estados patológicos condicionados por el
temperamento en el cuerpo y el alma, las terapias artísticas pueden ser
implementadas exitosamente. Al respecto, deberíamos partir del arte cercano y
familiar al temperamento en cuestión, y recién en el curso del proceso
terapéutico, paulatinamente iremos en busca del arte polar, como meta del
camino terapéutico. A un enfermo con fenómenos patológicos de una unilateralidad
temperamental melancólica lo relacionaríamos en primera instancia con el
modelado, como arte emparentado con la tierra, para despertar luego en él el
deseo de llegar a la música, previo paso por la pintura. A la inversa, a una
persona que se ha enfermado a causa de una unilateralidad colérica, no se le
dará en un primer momento un pincel, acuarelas y una hoja de papel, sino que
iremos a su encuentro a través del habla, eventualmente mediante una
dramatización con los gestos respectivos y formación del habla- acorde con su
inclinación y su temperamento- hasta que, y como resultado de estos ejercicios
terapéuticos, por ej: tenga el deseo de pintar un cuadro, habiendo llegado a la
calma. El flemático en cambio no tendrá problemas en comenzar con la pintura
con acuarelas, en su caso deberíamos invertir el camino.
Del mismo modo como existe la integración de los cuatro temperamentos y
humores, en apropiada mezcla, en cada persona, cada una de las artes aquí
nombradas (no estamos tomando en cuenta la euritmia, o bien la euritmia
curativa, dado que contiene en sí misma los elementos de las diferentes artes),
tiene cuatro posibilidades cualitativamente diferentes de comienzo
involucradas, que a su vez dentro de un temperamento representan el conjunto de
los cuatro temperamentos. En las artes plásticas son, por ejemplo, las cuatro
posibilidades de lo arquitectónico (o también en el caso del trabajo con la
madera), en la alfarería, el crear propiamente dicho con arcilla (modelado) y
la escultura. En la pintura, las diferencias se deben a los diferentes
procedimientos técnicos, como también las posibilidades de variación, según
color y motivo. En lo que a la música respecta, la cuatrimembración, acorde a
los temperamentos, supone una división según grupos instrumentales, los
instrumentos de percusión concuerdan con el colérico, los instrumentos de
viento con el sanguíneo, los instrumentos de cuerda con el melancólico, y el
piano con el flemático (o el armonio). La lengua alberga en sí una
cuatrimembración en sonidos de soplo, vibración, onda y empuje.
En todos estos ejercicios artísticos a ser empleados en este sentido
artísticamente, deberá ser tomado en cuenta, sin falta, la ya mencionada ley,
comenzando con lo emparentado, lo similar al temperamento, para poder generar
lentamente en el alma la compensación a través de la práctica artística.
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