Presentación
(Por Valentín Fernandez Vidal)
(Por Valentín Fernandez Vidal)
Cada ser humano, al lado
de lo que podríamos llamar su “hombre rutinario”, lleva en su interior un ser
superior, que permanece oculto hasta que puede ser despertado;
mas solamente uno mismo puede despertar ese
ser superior dentro de sí.
Rudolf Steiner
El ser humano actual se encuentra en una
encrucijada derivada de no saber plantear correctamente la pregunta sobre sí
mismo, considerándose como un objeto más del mundo, con unas
facultades limitadas y cerradas a su interioridad como yo. El mundo aparece frente
al hombre ordinario como un hecho separado, acabado e independiente de él.
Pero en este hombre rutinario, cerrado
en su pensar y sentir, duermen las fuerzas que explican su ser autentico, la
fuente de sus facultades y su íntima relación con el universo. Este Yo
verdadero puede ser despertado en un camino de conocimiento que nos conduce del
mundo visible a su verdadero origen. El tiempo otoñal es una época propicia
para intensificar este camino de desarrollo.
1. Yo
soy consciente (autoconsciente)
Hay frases de todos los días, frases sencillas que nos pueden poner – si
hacemos una reflexión seria sobre ellas – en la pista de misterios esenciales.
Una frase muy habitual que es respuesta a un gran número de
cuestiones es “yo soy”, seguido de algún predicado. En algunos casos, solamente
el sujeto y el verbo.
Les formulo una sencilla pregunta: ¿qué
queremos decir con “yo soy”? ¿Qué quiero indicar con esta frase de respuesta
habitual en la que me señalo a mí mismo en cuanto cuerpo físico?
Tras una primera reflexión, podemos
comenzar con la palabra yo y, sin entrar (todavía) en profundidades, me señalo
con la mano a mí mismo, mi cuerpo y digo: yo. Así que, sin tratar de ser exhaustivo ante una cuestión tan
singular, asumo que, de alguna manera “yo” está en mi cuerpo físico, aunque no
olvido que existen cualidades de otro orden que el físico.
Podemos decir “yo” porque tenemos
conciencia o, para ser exactos, autoconciencia, es decir conciencia de nosotros
mismos. No lo puede decir una animal ni nadie lo puede decir por otro. Se puede
decir que el ser humano lo es gracias a la autoconciencia.
Volviendo al tema de nuestra pregunta
original, obviamente, quien responde, lo dice por cuenta de una consciencia.
Una consciencia interroga y otra responde. Sólo un ser consciente,
autoconsciente, puede realizar el enunciado “yo soy” y para ser exactos, nadie
puede enunciarlo por él.
No podemos decir qué es la conciencia,
pero cada uno puede sentirla y sabe perfectamente de qué hablamos.
Podemos encontrar en ella diferentes
contenidos: pensamientos, sentimientos, antipatías, recuerdos, etc., pero no
podemos encontrar “nada”, es decir, no podemos encontrar el vacío, por así
decirlo. No existe – en condiciones normales –una conciencia “vacía”, un
recipiente dispuesto a llenarse con algo que llegue de fuera.
Este punto es importante pues una
característica de la conciencia es que en ella encontramos contenidos creados
por facultades de las que no conocemos mucho, excepto sus resultados. La
conciencia parece desarrollar un papel similar a un escenario donde, de pronto,
aparecen sus actores, los objetos, las cosas.
Una función primordial de la conciencia
y que tampoco podemos definir es la atención. ¡Pon atención!, decimos
imperiosamente al niño o al estudiante cuando explicamos algo o queremos que
ejecute algo bien, sabedores de que no es suficiente con que sus ojos estén
fijos y sus oídos abiertos. Sin atención, los órganos de percepción no sirven,
aunque todos los procesos orgánicos de naturaleza físico – química
transcurran con normalidad y el cerebro haya tenido, necesariamente, que
recibir los contenidos. No queda constancia ni memoria de ellos si no ha habido
atención.
En realidad, para que cualquier cosa
pase por nuestra conciencia, es decir, se incorpore a nuestro acervo de
conocimientos, sentimientos, etc., tiene que haber pasado por el foco de esa
actividad indefinible que es la atención. No hay nada más cercano a nosotros
que la atención.
Cada vez que nos despertamos del sueño,
donde tenemos una conciencia que podríamos asimilar al de vegetal, vienen a
nosotros todos nuestros recuerdos, pensamientos, deseos, etc., que constituyen
nuestro registro histórico, nuestra memoria personal, biográfica, la que da
cuenta de nuestro yo de todos los días. Por ella decimos yo, soy consciente de
ser un yo que se puede enunciar a sí mismo, una autoconsciencia. No es así en
los animales, donde no existe un yo que pueda hacerse cargo de una conciencia
que se activa con estímulos exteriores y que es gestionada por sus instintos
(el gato no piensa “¡Qué vida ésta la del gato!” mientras espera que un ratón
entre en su campo de percepción).
Las cosas que aparecen lo hacen merced
al instrumento de la conciencia, la atención, y en todo adulto, la atención
pensante. El mundo aparece en cada uno de nosotros gracias a la atención y sus
contenidos que aparecen en la conciencia. Podríamos decir que el mundo consiste
en los contenidos – representaciones, imágenes, para ponernos de acuerdo – que
aparece en los seres humanos y que además acordamos entre nosotros. Esa es la
explicación de la frase de J.W. Goethe:
“El mundo no tiene sentido fuera de la
conciencia del hombre”.
Designamos al yo habitual, al yo de
todos los días, al yo “epidérmico”, al que parece auto contenido en la piel.
¿Cómo se origina esta autoconciencia?
¿Dónde se ubica? ¿En qué consiste? Tratemos de seguir nuestra reflexión.
Es en torno a los 3 años que el niño
comienza a decirse a si mismo yo. Comienzo de la autoconciencia, momento cuasi
milagroso en el que se produce la autorreflexión, el nacimiento de un sujeto,
de alguien que puede decir yo de sí mismo, de alguien que puede empezar a
trazar una línea de continuidad en sus recuerdos, esto es mío, esto me pertenece,
me explica, es mi origen. Este momento fundante, este segundo nacimiento pone
al sujeto frente al mundo, lo expulsa del paraíso de la indiferenciación, de la
fusión con lo otro que lo cubre, está desnudo. Es el nacimiento de la egoidad
en sentido amplio, del Yo.
Antes de este momento, no existe pues un
sujeto desligado del mundo que pueda tomar a éste como objeto de percepción y
atención. Los sentidos están ya ahí, la percepción, el sentir el mundo se
produce pero no hay aún un centro que se auto sienta que se auto perciba y se
sepa perceptor y sintiente de lo que acude a él. El Hombre es Hombre porque
puede sentir y decirse Yo soy Yo. El yo es el núcleo pues de lo humano, lo que
diferencia al Hombre de todas las criaturas de la Creación. Es ese yo el que
siente, el que percibe, el que piensa y reflexiona, el que es capaz de crear
algo nuevo.
El niño pequeño fija su mirada en el
mundo que le rodea. Una parte del mundo es su propio organismo, al que
contempla como una parte del mundo exterior; por eso se habla de él en tercera
o segunda persona hasta que se llega a una determinada edad.
En el mito de Narciso, la cultura griega
da cuenta del nacimiento de la conciencia. Recordamos que se refleja en las
aguas del lago y queda prendado de su propia imagen
Y esto es verdad, y ahí está el
nacimiento de la autoconciencia, pero hay otro aspecto que quisiéramos
resaltar. El relato leído en sentido simbólico narra la aparición del yo que se
refleja en el mundo, pero se le añade algo que muestra la otra cara, la cara de
la constitución de lo que llamamos narcisismo.
Este narcisismo, fundamento de lo que
vamos a llamar (con Georg Kühlewind) egoidad, se constituye como la parte de la
yoidad humana que mira al mundo y al propio cuerpo y se liga a ellos y solo
busca satisfacer los deseos y huir de todo aquello que se muestre como
productor de dolor.
El mundo de la egoidad es el mundo
cerrado creado por lo pensado, lo sentido, lo querido. Toda percepción está
determinada por un concepto ya acuñado, por un sentimiento coagulado, por una
repetición de lo deseado. Conectada con el pasado, con lo que ya no es.
La segunda parte de la frase en cuestión
es “soy”, un verbo, el ser, que también puede ser un sustantivo de un relieve
especial por su dificultad en ser explicado. Pero en nuestra frase es un verbo
y lo enunciamos en presente. No decimos “yo era” o “yo seré” sino que es un
presente que se extiende por la vida del que es preguntado. Esto indica que
pensamos – otra “aportación” de la frase, ya que todo lo que decimos, lo
hacemos desde el pensar, una facultad “invisible” (luego volvemos sobre ello) –
que nos permite definirnos como “seres”, conscientes de sí, ya que pueden
“decirse”.
Somos conscientes de que “somos” en el tiempo, es decir, desplegamos
nuestra actividad no sólo en el espacio físico que ocupa nuestro cuerpo, sino
que lo hacemos a lo largo de nuestra vida. Mientras vivimos, decimos “somos” o,
al menos, mientras somos y tenemos consciencia. Nuestra autoconciencia es la
razón de que digamos “somos”.
2. Las
facultades de la conciencia. De lo visible a lo invisible.
Lo que hemos denominado yoidad es
obviamente el yo de todos los días, aquel en el que nos reconocemos, el
portador de nuestra memoria biográfica, el que emite juicios y se siente a sí
mismo ligado al cuerpo y a sus placeres y dolores, el sujeto de la
autoconciencia. Esta yoidad tiene desde el comienzo una doble faz, la que solo
mira al mundo e identificada con él se terrífica y materializa a través del
cuerpo propio y de la parte del alma ligada a este y la que es capaz de un
desarrollo hacia lo superior y que busca de alguna manera lo espiritual en el
mundo y en sí misma4.
El hombre tiene en su conciencia
pensamientos, sentimientos, deseos. Son reconocibles a través de su facultad
más transparente, el pensar. Sin embargo, no puede descubrir su proceso de
aparición. El pensamiento, lo pensado, aparece como por encanto, pero no su
proceso y menos la fuente de donde procede, que siempre queda oculta.
En el hombre, a partir del momento en
que dice yo, construye su propia muralla de separación y se ve separado del
mundo. Va hacia él y trata de entenderlo a través de su pensar. Pero antes debe
poner en juego su facultad más primaria, la que le acompaña al infante desde,
prácticamente, su nacimiento, la que se expresa en los ojos fijos del niño, la
atención 3.
A través de la atención, va hacia el
mundo y lo crea en su conciencia, donde actúa el pensar. Nuestra atención, la
del adulto actual, es una atención pensante.
La atención, el pensar, la conciencia,
son facultades invisibles, inmateriales aunque, como nos atestigua la
experiencia de todos los días, reales, podríamos decir más reales que sus
producciones, los pensamientos, las imágenes, los conceptos. Algo inmaterial,
espiritual diríamos sin ambages en otro tiempo, pero real.
Convendría que nos hiciéramos la
siguiente pregunta, para establecer un paralelo que nos permita adentrarnos más
en el tema, ¿qué es más real en un artista, sus facultades creadoras, para la
música o la pintura por ejemplo o sus realizaciones? ¿la Quinta Sinfonía de
Beethoven? ¿Miguel Ángel o la Capilla Sixtina? ¿El artista o la obra?
Tras una vacilación no podemos dudar de
que lo que genera algo (y por lo tanto puede generar otras muchas cosas) sea
más real que lo creado. En la filosofía ya fue un tema que vino de lejos 5.
No podemos preguntar qué es la atención
aunque todos sabemos de ella. Tampoco de la conciencia o del pensar, aunque
espero que lo estén utilizando para saber que quiero decir. Lo cierto es que
cuando lleguen a un pensamiento - que ocupará por un tiempo conciencia y será
idéntico a ella – éste quedará fijado y archivado en la memoria.
Si seguimos el proceso (que por lo demás
es igual a cualquier otro cuando queremos resolver un problema o entender algo)
vernos que nos hemos fijado atentamente en lo dado, las premisas,
reflexionamos, y tras una concentración, más o menos larga pero donde nuestra
mente queda “en vacío”, aparece la solución (o el entender).
Algo se ha hecho “visible”, concreto, un
pensamiento que explica una relación en el mundo, un sentido, una utilidad, un
motivo, una causa. El mundo se ha hecho real, se ha revelado. Una facultad que
permanece invisible ha producido – nos damos cuenta porque entra en el ámbito
de la conciencia – algo que está en el mundo real.
Ni que decir tiene que todo ha sucedido
gracias a la atención. Sin esta facultad, el mundo no existiría para mí, ya que
no podría tener percepciones (entendiendo como tales aquellas que no sólo se
quedan en procesos físico – químicos, sino que llegan a la conciencia) ni tener
un proceso de pensamiento real ya que, como hemos visto, la atención se concentra
(a través de un proceso de voluntad) para que el pensar pueda llegar a
resultados.
Los signos, como la escritura, si tienen
sentido, tienen su razón de ser en significados. La palabra “tiempo” se expresa
de muy diversas maneras en diferentes lenguas pero todos los seres humanos nos
elevamos a un significado inmaterial, comprensible pero inexplicable. El ser
humano se maneja con significados de naturaleza inmaterial (podríamos decir que
está “sintonizado”) pero absolutamente presentes en el mundo y que podemos
experimentar todos los días y los expresa mediante signos, de naturaleza
material.
En el ser humano actual, los signos
materiales (los conceptos fijados, las imágenes se mueven en un nivel de
conciencia habitual, de pensamientos, sentimientos, juicios), son la
representación de nuestra necesidad de “fijar” el mundo en algo “solido” pero
no es más que un concepto fijo (que plasmamos en el lenguaje) de lago
ilimitado, inmaterial, espiritual, que es su realidad última. Todos ellos
fijos, materiales pero que nos retrotraen a sus ideas, inmateriales, de
carácter fluido, espiritual, su verdadero origen. Las facultades de nuestro Yo
es ahí donde inician su comprensión. El más simple de los objetos diseñado por
el hombre, un clip por ejemplo, nos lleva a la idea primera que lo creó.
Una pequeña digresión que viene a
cuento. Es curioso que el mundo científico sostenga que cualquier entidad viva,
infinitamente compleja, se haya creado sin una idea rectora, sólo por una
simple evolución.
Hoy, excepto en lo que concierne al arte
donde el signo (música, pintura) nos elevan al nivel inmaterial de los
significados, el ser humano vive en medio de signos acabados, cerrados,
inteligibles para un pensar intelectualizado y materialista.
El verdadero arte nos ofrece signos de
algo que sólo puede ser explicado en un nivel de intuición. Así, recogemos este
aforismo del insigne poeta alemán del Romanticismo, Novalis:
“Lo visible es lo invisible hecho misterio”
3. La
ciencia del Yo
Ya hemos visto que en hombre actúan
facultades que permanecen invisibles y de las cuales sólo son visibles sus
producciones: conceptos, imágenes, representaciones, sentimientos.
Esta yoidad humana que se despliega en
el mundo puede quedar atrapada por éste y su deseo de sentirse. Es la egoidad
narcisista la que se hace cargo del destino del individuo y en este querer
“sentirse”, repite compulsivamente, una y otra vez, los deseos ya fijados. La
atención y el pensamiento están atrapados y el ego vive inmerso en un universo
fijo, conocido y autosintiente.
Sin embargo, hay una parte del alma “que
mira hacia arriba”, como nos dice Goethe en su primera parte del Fausto y que
es capaz de “disolviendo” las formas que atrapan al hombre, salir de su
estrecha egoidad, de su destino prefijado y hacerse cargo de sus facultades,
evidenciando así, su fuente espiritual.
Nunca como en estos dos últimos siglos
ha buscado el hombre dentro y fuera de sí. Es significativo el final del siglo
XIX donde afloran corrientes que buscan en lo invisible la razón de lo visible.
Y no sólo en el campo de las humanidades, como pueden ser Fichte, Nietzsche,
Freud o Bergson, sino pensadores de las ciencias han llegado a conclusiones que
refutan las visiones mecanicistas y materialistas. Einstein, Planck o
Schrödinger pueden incluirse en esta lista.
A propósito de estos cambios de los
últimos siglos, es ciertamente curioso que en una época donde la evolución y el
darwinismo se defienden como una verdad inconmovible, no se aplique esto al
hombre más que en lo físico. Pareciera que la mente y el alma humana, hasta
donde nos es posible ver, hubieran permanecido en el tiempo, iguales. Así,
según esta línea oficial de pensamiento, desde los tiempos históricos datados,
la mente del ser humano captaba lo mismo y debía tener el mismo raciocinio.
Sin embargo, la historia de la
conciencia humana, por ejemplo tal como es recogida en la historia de la
filosofía o de la ciencia nos dice cosas diferentes. Descubrimientos esenciales
– por ejemplo el paso del sistema tolemaico al copernicano – exigen seres
humanos diferentes en cuanto su pensar. Por decirlo de una manera gráfica, son
almas diferentes a lo largo de la historia.
¿Puede el hombre ir de sus ser
cotidiano, de su yo habitual a otro fuente de sus facultades superiores?
¿Podemos hacer crecer la autoconciencia? Si existe en nosotros esa intuición
debe existir esa posibilidad. Aquí viene a cuento una reflexión sobre la
libertad. Existe en nosotros esa idea y poder decir esto es libre o esto no lo
es, es que existe esa intuición en nosotros. Si no pudiésemos serlo de ninguna
manera, si estuviésemos totalmente determinados como quieren hacernos creer, no
podríamos pensar o imaginar la libertad como una persona que viviera en un
mundo azul podría saber qué s el color azul. Si sólo existiese el comportamiento
determinista no podríamos hacernos la idea de lo que es uno libre.
Existen ejemplos de hombres que, merced
a su propio impulso interior y mediante su voluntad han superado pruebas que
los han colocado como luces de la Humanidad. Y ha sido un impulso libre, moral,
el que los ha llevado ahí.
Por otra parte, las facultades están
ahí, podemos en un cierto grado, utilizarlas, así que se trata de ir aumentando
esa voluntad de vivir en lo invisible, lo inmaterial, lo espiritual.
Con Rudolf Steiner creemos que la
facultad fundamental para el hombre en esta etapa de su evolución es el pensar.
El pensar es una actividad espiritual que podemos liberar de su elemento
sensorio y verlo en su propia actividad. Hoy día el ser humano está en lo que
podemos denominar, época del alma consciente, pues por sus propias fuerzas de
consciencia debe construir su sentido de ser, ya que nada puede esperar de
fuera.
Que el pensar en el ser humano
actualmente está enfermo es difícil dudarlo habida cuenta de las noticias que
nos llegan todos los días. El hombre llega a dudar de su propio pensamiento,
pero ¿con qué lo hace? Es una duda sobre sí mismo y qué representa en el mundo.
Quizás pensemos que estas son cosas que
afectan a los demás pero no a nosotros. Una sencilla prueba nos puede aclarar
la situación. Si somos dueños de nosotros mismos, de nuestra “propia casa” no
deberíamos tener problemas en fijar nuestra atención, nuestra facultad más
cercana y primordial, sobre un clip por ejemplo y mantener nuestro pensamiento
en él durante unos minutos. ¿Qué ha ocurrido en al cabo de un tiempo en nuestra
conciencia? ¿Preocupaciones inminentes, proyectos de futuro, angustias, quizás
odios pasados han ocupado nuestro pensamiento? ¿Qué se ha hecho dueño de
nuestro espacio interior a pesar nuestra voluntad decidida? La ciencia del Yo
trata de corregir estos defectos en el pensamiento a través de diferentes
ejercicios que incrementen la autoconciencia.
No cabe duda de que en nosotros vive
algo que, si no tiene el mando total, al menos sí en buena parte de nosotros y,
por ende, de nuestro hacer y ser en el mundo y de nuestro destino.
Como ya hemos comentado, tenemos una
autoconciencia de todos los días, habitual, que podemos denominar “epidérmica”.
Pero existe otra manera de ser, de “ser yo”, en la que podemos enunciar “Yo
soy” y soy fuente de facultades, reales, superiores a sus resultados.
Lo que denominamos ciencia del Yo es la
que puede permitirnos recorrer el camino desde la egoidad, cerrada en sí misma
y repetición constante de pensamientos, conceptos, juicios y percepciones ya
coaguladas hacia un lugar donde el ser humano sea cada vez más abierto y su
pensamiento fluido y libre, como el resto de sus facultades espirituales. Que
no sea el mundo el que le dice como reflejo “eso eres” sino que él, sin
necesidad de un reflejo exterior y haciéndose cargo de su propio destino y
dueño de sus facultades pueda decir Yo soy.
El ser humano debe ir más allá en esta
época (alma consciente) de quedarse sólo con los atributos que le da el mundo
desde que nace. Muchas de las enfermedades se originan en la convicción de que
podemos encontrar significado o sentido en el mundo y que se nos dará algo
desde fuera, sin nuestra propia actuación y esfuerzo. Es el ser humano mismo
quien debe crear el significado de su vida. El verdadero yo no está dado, no
está dado sino mediante nuestro trabajo.
La obra de Rudolf Steiner, La Filosofía de la Libertad, es una guía en esta
época que hemos denominado del alma consciente. Nos señala un trabajo para esta
etapa donde el hombre alcanza un nivel de autoconsciencia que le permite
transcender su pensamiento habitual hacia una comprensión real del mundo y de
su propio ser espiritual.
4. Micael
y el ciclo del año 6. Materia y espíritu.
El camino del que busca que su yoidad se
gire hacia arriba en la búsqueda de lo verdadero puede ser emprendido en
cualquier momento de la vida en que se perciba la necesidad. Sin embargo, hay
periodos del año en que nos sentimos inclinados a una actividad anímica
especial, como si nos arrastrase algo externo pero que actúa en nuestro
interior.
Así, como ha sucedido en la primavera,
en el verano nos sentimos atrapados por el mundo de la naturaleza, su crecer,
su belleza y nuestro pensar queda abrumado ante el poder de la percepción. En
la época otoñal la caída de la luz, el agostamiento y perecer en la naturaleza
nos impele a abandonar la vida en los sentidos que habíamos mantenido durante
las estaciones primaveral y veraniega e ir, cada vez más, hacia nuestro propio
interior.
En el tiempo que comienza en Micael (San
Miguel), tras un verano en el que, por así decirlo, hemos vivido volcados hacia
afuera y el pensar ha quedado relegado, en una especie de somnolencia, se
intensifica el poder de nuestra voluntad, que es impelida a buscar en nuestro
interior algo que ya no podemos vivir en la naturaleza. Más y más, en la
oscuridad que aumenta de día en día, nos sentimos solos, creciendo al mismo
tiempo el poder de nuestro pensamiento.
Este impulso hacia la interiorización
puede ser aprovechado por el ser humano para aumentar su autoconciencia, pero
también es una época donde el peligro se acerca en forma de duda sobre nosotros
mismos, quienes somos y nuestro destino. El decaer y la muerte que ve por
doquier a su alrededor en la naturaleza, favorecen el aumento de esta visión
pesimista de nuestro propio ser.
¡Guárdate del mal! Era una vieja
admonición en estas fechas. El peligro venía de la oscuridad, la falta de sol y
el convencimiento de que ello permitía a seres innombrables acercarse a los
hombres. Pero, de otra parte, el acercamiento a la noche más oscura del año ha
sido a través de los siglos una noche mágica, donde los discípulos de los
misterios antiguos recibían su iniciación.
Es inevitable, con la bajada de la luz,
el sentimiento de aislamiento y soledad. Muchas personas lo perciben, les
atenaza y sufren crisis por ello, aunque esta tristeza en muchos casos es
reconducida o explicada por la pérdida de seres queridos, enfermedades
agudizadas, etc. Es un tiempo de peligro que culminará en Navidad.
El tiempo de pruebas que sigue al
equinoccio de otoño es también un tiempo de oportunidad para el ser humano, que
se acelerará al llegar la Navidad, la época más oscura del año.
Si así lo hacemos, y no nos dejamos
atrapar por impulsos negativos generados por una visión de aparente destrucción
de lo que hasta ahora se mostraba hermoso y exuberante, podremos encontrar un
camino donde se nos desvelarán capacidades que dormían en nosotros.
Naturalmente, el impulso viene de nuestra voluntad y este periodo que comienza
en Micael y culminará en Navidad es idóneo para ponerlo en juego. Es en estas
noches cuando se puede cruzar un umbral que incrementa nuestra comprensión de
nosotros mismos y de los secretos del mundo. Esa visión de un Yo renovado que
podremos sentir, se sostiene sin necesidad de nada que venga del mundo externo.
En Antroposofía decimos que
existe un guardián que cuida este umbral para que no lo traspasemos si no
estamos adecuadamente preparados. Pero sin cruzarlo, podemos acercarnos más y
más y vislumbrar como la realidad del mundo visible puede ser encontrada en
esta oscuridad, en el mundo invisible del Yo humano.
Rudolf Steiner ha caracterizado estas fases (7) dentro de su
magisterio sobre el mundo espiritual como etapa preparatoria, iluminación e
iniciación. El elemento fundamental es que el pensamiento no se sostenga sobre
el mundo exterior, sino que pueda ser percibido como lo que realmente es, una
actividad espiritual (8) . Autor: Valentín Fernández Vidal
[1]Este resumen y charla es un extracto de uno de los capítulos del libro
“Consideraciones sobre la evolución de la conciencia. El hombre actual” basado
en el seminario que se impartió en la fundación Tomillo.
[2]¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores? (Cap. Quietud
interior)
[3]De la normalidad a la salud - Kühlewind
[4]Fausto – JW Goethe
[5] Los enigmas de la filosofía – Rudolf Steiner
[6]El ciclo del año – RS / El ciclo del año como camino
de iniciación - SP
[7] ¿Cómo se adquiere el
conocimiento de los mundos superiores?
[8]La filosofía de la libertad - RS
Bibliografía
recomendada:
• La Filosofía de la Libertad – Rudolf
Steiner
• De la Normalidad a la Salud – Georg
Kühlewind
• The
cycle of the year as a Breathing-Process of the Earth – Rudolf Steiner
• El ciclo del año como camino de iniciación – Sergei Prokofieff
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