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Espacio de estudio e intercambio

sábado, 29 de marzo de 2014

Articulo de una revista en Colombia

La verdadera madurez


Después de los cuarenta años hay serias señales de desarrollo espiritual. Anímese a descubrirlos para ser cada vez menos egoísta y más próspero.

Con el mundo a cuestas, agotado y contradictorio, a mis 46 años fui empujado por mi colon y mis riñones al consultorio de un médico antroposófico alemán de visita en Colombia. “Tu enfermedad consiste en que dos almas viven en tu cuerpo”, me dijo, y me habló de los septenios del espíritu, de mi necesidad de encontrar la unicidad del mundo material y el espiritual y así entrar al séptimo septenio (entre los 42 años y los 49). “Con la unicidad de tu alma material y tu alma de servicio, puedes acceder a los cuatro pilares de tu anhelada espiritualidad a través del trabajo, del desapego, del amor al prójimo, de la gratitud y del perdón. Y entonces no importa lo que pase, te sentirás aliviado”.

La antroposofía, sabiduría del hombre, es una filosofía de vida, una manera de ver e interpretar el mundo. Es una cosmovisión que permite profundizar en las relaciones entre la naturaleza, el hombre y el cosmos, para encontrar las respuestas que surgen sobre los misterios de la vida. “La antroposofía es un sendero del conocimiento que pretende conducir lo espiritual en el ser humano a lo espiritual en el universo”. Así lo entiende Rudolf Steiner, un filósofo y polifacético personaje que a principios de 1900 creó esta ciencia espiritual.



Las variantes de las disciplinas que Steiner fundó son: la triformación social; la medicina antroposófica; la pedagogía Waldorf; la agricultura biodinámica; el arte de la palabra, la música y el movimiento; y la terapia biográfica de los septenios, que describe los procesos de maduración del ser en ciclos de 7 años, repartidos en tres etapas de la vida. Los tres septenios del cuerpo, que van de 0 años a 21 años; los tres septenios del alma, que van desde los 21 años hasta los 42; y los tres septenios del espíritu: desde los 42 hasta los 63 años.

Sólo me detendré en los septenios del espíritu, que son los que estoy viviendo.



Las cuatro pilares de la espiritualidad

Abriendo los sentidos, la unicidad aparece como un nuevo orden. Los mundos paralelos, las múltiples personalidades se funden en un nuevo híbrido humano-dios. Es el verdadero comienzo de la senda espiritual, la senda ya no del guerrero, que era la de más aguante, sino la de la aceptación. El aspirante, agobiado por sus crisis y estigmas, mira hacia una nueva tierra de fraternidad, de desapego y de perdón, en medio de una enorme gratitud con la vida. El camino espiritual no es el que lo lleva a uno al cielo, es el que lo devuelve a la tierra con amor, para entonces fundar el cielo en la tierra y a Dios dentro de cada persona.

1. Desapego

Un verdadero desapego es dejar el egoísmo. Es dejar ir las ideas fijas sobre sí mismo y sobre otros, hasta ver en verdad lo que hay en sí mismo y en cada ser. Desapego es redefinir cada encuentro, sin prejuicios. El desapego es dejar ir las enfermedades con las que nos hemos encariñado o que hemos usado de excusa para no vivir. Es un ¡Ya basta! Desapego es salir desnudos por la vida con el corazón por delante, sin más; es tenerlo todo sin depender de nada, es ser más y tener menos.
Desapegados, podemos transformar los valores materiales que hemos recibido o ganado, en profundos y significativos valores espirituales. Más allá de las posesiones seremos verdaderamente libres. Libres de la dependencia a los bienes, a las ideas, al orgullo, al prestigio, a todo eso que nos ataba. Desapego no significa dejar de tener, es dejar de depender.

2. Amor al prójimo

El amor al prójimo se cultiva y crece. La fraternidad es el amor y la compasión caminando de la mano. Es creer en la bondad fundamental que reside en cada ser humano, en su derecho y anhelo de ser feliz y en su profundo trasegar, desde el primero del los hombres hasta hoy. El amor al otro es el paso del egoísmo del instinto de conservación, al altruismo del alma; es un amor manifiesto que calienta a la gente con la que trabajas, con la que vives, con la que sueñas. El amor al otro es saberse hermanados en la tierra bajo un mismo cielo protector y bajo un mismo deseo de corazón: que el otro encuentre lo que está buscando, que el otro sea feliz, entendiendo que el amor es una fuerza multiplicante y que la felicidad no es excluyente.

3. Gratitud

Dar gracias es movilizarnos en el mundo ya no desde la carencia sino desde la plenitud. Dar gracias es estar conectados con la vida, con Dios, es entender los sacrificios de muchos que han dado su vida por otros, es inventariar cuántos animales hemos comido, cuántas vidas hemos tomado, cuántas madrugadas de nuestros padres, cuántos profesores y vecinos nos cuidaron. Dar gracias es devolver más tarde con talento, y crear una compensación positiva. Esto es, doy un poco más de lo que recibí, honro a los que me han dado y me comprometo a dar.

4. Perdón

Perdonar es dejar de sangrar en el alma. Perdonar es perder, sí, perder poder sobre el otro; sí, es elegir la salud propia que la condena del otro. Perdonar es trascender y descongelarnos de esas escenas, es por fin volver a casa y dormir tranquilos, en una actitud del alma frente al mundo, libre frente a la ofensa y el ofensor, libre frente a nosotros mismos, libres y desprendidos, aprendiendo a morir, renunciando al placer negativo de seguir atando a otros con nuestra rabia. Es la compasión manifiesta en nuestros actos, es el camino de la madurez de la vida y de la adolescencia espiritual.

Elegir la unicidad a través de estos cuatro pilares, es tener la certeza de que volvemos a casa con lo que tenemos y no tenemos y rendir el corazón al alma y el alma al inmortal espíritu. No hay más.


 






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